Descripción
La banda de sonido de nuestras siestas de verano la protagonizan las chicharras. Un ser muy particular que nos marca la llegada de los reencuentros, de las fiestas y de los pies en el agua.
A comienzos de verano la hembra coloca hasta 80 huevos en las fisuras de las plantas; de los huevos nace una pequeña ninfa, dejándose caer y penetrando en el suelo con sus patas cavadoras. Estas ninfas se fijan en las raíces de las plantas, insertando su aparato bucal a modo de jeringa y succionando la savia. Dependiendo de la especie pueden vivir bajo la tierra de 2 a 17 años. Luego de este periodo suben a los árboles y sufren una muda, transformándose en adultos con alas y genitales desarrollados listos para el apareamiento.
La vida de la chicharra transcurre la mayor cantidad del tiempo como estado inmaduro bajo el suelo, al emerger su actividad se limita al encuentro de sexos. El sonido emitido por los machos puede ser captado por las hembras a más de un kilómetro de distancia. Para que las hembras puedan escuchar el reclamo de su pretendiente a tan larga distancia, la evolución las ha dotado a ellas de un tímpano mucho más grande y sensible que el de los machos.
La potencia y la intermitencia del sonido se acelera con el aumento de las temperaturas. Por eso nos parece que las chicharras suenan con mayor intensidad cuanto más calor hace.
Ahora sabemos que cantan porque quieren encontrarse, quizás por eso esta época del año se parece tanto a esos reencuentros que tanto necesitamos.
Felices siestas!
